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Dirigir personas no es fácil. Mucho menos cuando hay presión, cambios, crecimiento o incertidumbre. En las pymes, además, los equipos suelen ser pequeños, muy implicados y con relaciones cercanas, lo que hace que cualquier conflicto o desajuste se note el doble.

He vivido desde dentro lo que significa:

  • Equipos desbordados por el crecimiento.

  • Personas clave agotadas.

  • Falta de claridad en roles y responsabilidades.

  • Resistencias al cambio, aunque el cambio sea necesario.

La tentación habitual es “apagar fuegos” y seguir tirando. Pero llega un momento en el que eso deja de funcionar.

Gestionar equipos de forma sana no va de fórmulas mágicas. Va de ordenar, escuchar y poner límites claros:

  • Definir qué se espera de cada rol.

  • Revisar procesos que generan fricción.

  • Crear espacios reales de conversación, no solo reuniones operativas.

  • Acompañar a las personas en los cambios, explicando el porqué.

Cuando las personas entienden el rumbo y sienten que se las tiene en cuenta, el compromiso cambia. Y cuando el equipo funciona mejor, la empresa avanza con menos desgaste.