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Dirigir personas no es fácil. Mucho menos cuando hay presión, cambios, crecimiento o incertidumbre. En las pymes, además, los equipos suelen ser pequeños, muy implicados y con relaciones cercanas, lo que hace que cualquier conflicto o desajuste se note el doble.
He vivido desde dentro lo que significa:
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Equipos desbordados por el crecimiento.
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Personas clave agotadas.
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Falta de claridad en roles y responsabilidades.
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Resistencias al cambio, aunque el cambio sea necesario.
La tentación habitual es “apagar fuegos” y seguir tirando. Pero llega un momento en el que eso deja de funcionar.
Gestionar equipos de forma sana no va de fórmulas mágicas. Va de ordenar, escuchar y poner límites claros:
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Definir qué se espera de cada rol.
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Revisar procesos que generan fricción.
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Crear espacios reales de conversación, no solo reuniones operativas.
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Acompañar a las personas en los cambios, explicando el porqué.
Cuando las personas entienden el rumbo y sienten que se las tiene en cuenta, el compromiso cambia. Y cuando el equipo funciona mejor, la empresa avanza con menos desgaste.



